Algo acaba, algo empieza

Algo acaba, algo empieza

¡Compartir es cuidar!

Una vieja ley dice que todo lo que empieza, acaba. Pero no es totalmente así porque, de alguna manera, todo final es principio de otra cosa, como señalaba el antiguo uróboros.

Todo acaba, cierto. Lo que nace necesita morir para que puedan nacer nuevas cosas. Platón explicaba que si los muertos vienen de los vivos, necesariamente los vivos deben proceder de los muertos. Solemos pensar en lo que acaba con tristeza. Lloramos en los funerales y nos alegramos en los nacimientos pero, visto desde otro ángulo, lo que nace aún tiene por delante enfrentarse a todas las dificultades y complejidades de la existencia con todo lo que ello supone de bueno y de malo, mientras que lo que acaba ha llegado al punto final de sus vicisitudes.

A veces, lo que hace que nos resistamos a los finales es la sensación de fracaso, como cuando los proyectos a los que hemos dado nacimiento y en los que hemos puesto nuestras ilusiones y esfuerzos se agostan. Aunque la idea tenga cierto regusto a coaching patatero, lo cierto es que el fracaso no es más que una percepción, y no tiene más realidad que la que queramos otorgarle. Lo único que sostiene el fracaso es el estancamiento, porque es el resultado de detener los esfuerzos. Dicho de manera poética, el fracaso es la podredumbre de nuestras esperanzas.

Tanto en la vida como en la empresa hay que saber cuándo poner un punto y final a las cosas. Una empresa o un proyecto que consume y consume, pero no aporta nada, ni siquiera satisfacciones, debe ser «ahogado» antes de que se convierta en «ahogador». Una vez muerto es posible construir algo nuevo sobre las experiencias de lo vivido, pero sin las limitaciones de una construcción que no es capaz de hacer aquello para lo que se creó.

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Cuando un ciclo finaliza se crea un momento de oportunidad para pensar, reflexionar, filosofar y hasta para ponerse ñoño. Es el momento en el que empiezan a gestarse nuevos proyectos, quizá porque de pronto sentimos que el periodo que comienza es un campo fértil por sembrar, y lo imaginamos cumpliendo nuestra expectativas de ir al gimnasio, dejar de fumar, ver más a la familia o quizá verla menos. Lo que no logramos hacer en el periodo anterior nos parece más probable de conseguir en el que viene o, al menos, nos sentimos más capaces.

Sentirse capaz no deja de ser una percepción personal, como lo es la del fracaso, pero si sentirse fracasado puede conducirnos a la parálisis y el desastre, sentirse capaz nos puede llevar a todo lo contrario, y ser, efectivamente, capaces de lograr las cosas que queremos o, al menos, acercarnos bastante a ellas.

Después de haber reflexionado un rato fuera del recipiente, como decían los geniales Les Luthiers, todo lo que queremos decir es que, hasta que el mundo y el universo entero se consuman en el big crash, todo final no es más que un cambio.

Claramente, el fin de año nos pone blanditos.

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