Desde hace más de cinco años, Islandia está llevando a cabo una transformación silenciosa pero profunda del mundo laboral. En lugar de grandes proclamas o decretos obligatorios, el país nórdico optó por algo más pragmático: negociar colectivamente para reducir la jornada semanal… y vaya si ha funcionado.
Hoy, casi el 90% de la población activa islandesa trabaja menos horas que en 2019, muchas veces agrupadas en solo cuatro días a la semana. ¿Y lo más sorprendente? La productividad no ha caído. Es más, en muchos sectores incluso ha mejorado.
Un experimento que empezó con cautela, pero convenció a todos
La historia comenzó en 2015, cuando unos 2.500 trabajadores islandeses participaron en un ensayo piloto para reducir la jornada semanal sin tocar el salario. Imaginen ser parte de un proyecto así: salir del trabajo a las tres de la tarde un viernes y tener tiempo para pasear por el campo, recoger a tus hijos sin prisas o simplemente tomarte un café sin mirar el reloj. Para muchos, fue una pequeña revolución personal.
Los resultados no tardaron en llegar. Menos estrés, menos agotamiento, y mayor equilibrio entre la vida personal y profesional. Las empresas empezaron a ver que sus empleados rendían igual —o incluso más— al tener más tiempo para descansar y desconectar.
Negociación colectiva, no imposición estatal
A diferencia de otros países donde se legisla desde arriba, en Islandia la clave ha sido el diálogo. Sindicatos y empleadores acordaron formas más flexibles de trabajar: algunas personas redujeron sus horas, otras compactaron su semana en menos días. Esta flexibilidad laboral ha sido fundamental para que el modelo funcione de forma sostenible.
No se trató de imponer una receta única. Cada empresa pudo adaptar el formato según sus necesidades, sin sacrificar ni salarios ni derechos laborales.
¿Qué pasó con la productividad?
Uno de los grandes temores era que menos horas trabajadas equivaldrían a menor rendimiento. Pero en realidad ocurrió lo contrario. Instituciones como el grupo de investigación británico Autonomy analizaron los datos y concluyeron que, en muchos casos, la productividad se mantuvo estable o incluso mejoró.
¿Cómo es posible? La clave está en el bienestar mental y físico de los trabajadores. Con menos presión, hay más concentración, menos absentismo y mayor compromiso. Como decía una empleada de oficina en Reikiavik: “Ahora trabajo mejor porque ya no vivo para trabajar. Trabajo para vivir.”
Una generación que lo tenía claro desde el principio
La llamada Generación Z ya intuía esta necesidad mucho antes de que Islandia diera el paso. Según diversas encuestas, más del 80% de los jóvenes considera que reducir el tiempo de trabajo mejora el rendimiento. Además, la salud mental ha pasado a ser un criterio fundamental a la hora de elegir un empleo.
Islandia, en cierto modo, ha validado esas intuiciones con hechos. No se trata solo de trabajar menos, sino de trabajar mejor.
Factores que explican el éxito islandés
Varias condiciones han facilitado esta transición. Primero, el cambio se hizo sin pérdida salarial. Esto fue crucial para que los empleados no vieran el nuevo modelo como una amenaza a su estabilidad económica.
Segundo, Islandia cuenta con una de las infraestructuras digitales más avanzadas del mundo. Desde las oficinas de gobierno hasta las pequeñas empresas en zonas rurales, el acceso a internet es rápido y fiable. Esto ha permitido una automatización inteligente y un gran impulso al teletrabajo.
Tercero, y no menos importante, la reducción de horas ha promovido una mayor equidad de género. Con más tiempo libre, muchos hombres se implican más en las tareas del hogar y en el cuidado de los hijos, algo que no solo mejora la vida familiar, sino que contribuye a un cambio cultural más profundo.
¿ El futuro del trabajo… ya está aquí ?
Lo que Islandia ha conseguido es más que una política laboral: es un nuevo contrato social. La semana de cuatro días, lejos de ser una utopía escandinava, se ha convertido en una prueba viviente de que otro modelo de trabajo es posible.
Con una población cada vez más digitalizada y consciente de la importancia del equilibrio vital, el país se posiciona como un laboratorio a cielo abierto de lo que podría ser el futuro del empleo en el resto del mundo. Y lo mejor de todo es que lo ha hecho escuchando a sus trabajadores, apostando por la salud mental y respetando el valor del tiempo.
Quizás, después de todo, trabajar menos no sea un lujo, sino una forma más inteligente de construir el bienestar colectivo.












